Escribí entonces, para un ejercicio de clase, un resumen de la historia que dejo aquí. Eso sí, quien quiera leerlo que no lea las diez últimas líneas.
Recuerdo ahora la historia que leí hace tiempo de aquel hombre, Hanta se llamaba. Hanta trabajaba en un pequeño sótano en la ciudad de Praga prensando papel viejo. Llevaba treinta años haciendo lo mismo y había hecho de su trabajo un arte.
Era ya viejo, despreocupado por su apariencia física y cada día bebía litros y litros de cerveza. Pero a pesar de sí mismo era un hombre culto. Su trabajo le permitía tener entre las manos, cada día, numerosos libros, obras de arte y verdaderas reliquias que un día alguien había decidido tirar. Por eso cada vez que llegaba un camión cargado de papel se alegraba, ya que no se limitaba sólo a hacer simples balas, sino que cada libro que llegaba lo sostenía como un tesoro entre las manos, lo palpaba, lo leía y absorbía cada línea, cada párrafo y sólo entonces lo prensaba. Dotaba de belleza aquellos montones de papel viejo y sucio introduciendo en el centro algún libro de la literatura universal o un cuadro de los más famosos pintores para convertirlos así en sus obras de arte.
Hanta estaba a punto de retirarse y lo tenía todo pensado. Cuando se jubilara se llevaría con él la prensadora de papel y la colocaría en su jardín para hacer grandes obras maestras con ella. Sin embargo, sus planes se torcieron cuando el jefe, que no estaba muy contento con su rendimiento, ya que se tomaba el trabajo con calma, decidió cambiarlo de puesto y mandarlo a envolver papel blanco. Para él, acostumbrado como estaba a ver cada día hermosos cuadros y centenares de páginas de libros llenas de palabras, de frases y pensamientos de grandes escritores y filósofos, que lo mandaran a envolver papel blanco era algo inconcebible.
Fue entonces, mientras caminaba por las calles de Praga con la idea de que jamás volvería a hacer una bala de papel, cuando se dirigió a su viejo sótano, en el que había pasado los últimos treinta y cinco años de su vida. Hanta, incapaz de imaginar su vida sin la prensadora y ante tan relevante cambio en sus planes se dispuso a hacer su última bala. Se metió dentro del cilindro de la prensadora abrazando sus libros y le dio por última vez al botón verde y rojo que ponía en funcionamiento la máquina. Era su última bala de papel y en el centro, adornándola, sus pensamientos, su vida, y todos los conocimientos que había ido acumulando desde hacía treinta y cinco año.
Para Hanta, la vida se reducía a la prensadora de papel, los libros y la cerveza y él era completamente feliz en aquella soledad demasiado ruidosa.